Cuando manda la comanda
ella enciende la hornalla
y sonríe.
Mientras prepara el arcoíris
de verduras
sobre el sartén
calcula los tiempos
y sus amores.
El triste mozito
irrumpe en su cocina
de azulejos
y de lejos
le tiende una mirada
que le pide permiso.
El triste mozito
tiene los pies hinchados
de tanto
andar
las manos cansadas
de tanto
cargar
el corazón herido
de tanto
sentir…
pero encuentra en ella
su cocinera,
su artista
el descanso que necesitan
sus pies,
sus manos,
su
corazón.
Ella le entrega,
puntualmente,
la comanda.
Él le entregó,
hace
rato,
su corazón.
su corazón.
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